Sunday, December 14, 2008


El primero que le dio importancia a la fiesta de la Navidad como tal fue San Francisco de Asís, quien en el año de 1223 en Grecchi, Italia, hizo el primer “portal” del que se tiene noticia histórica. Su intención fue subrayar “la humildad de la encarnación y verle a Jesús recostado en el pesebre entre el buey y el asno”. En una época en que la Teología se había hecho ya dominio exclusivo de expertos, Francisco buscó un medio de volverla a poner al alcance de los más sencillos y humildes. Malamente pudo sospechar San Francisco, tan amante de la pobreza, la supercomercialización que su intento iba a originar al paso de los siglos. La Navidad no es simplemente una fiesta para niños. La Navidad es la fiesta, de hecho, de la encarnación: Dios ha tomado la carne verdaderamente; Dios ha tomado la carne con todas sus consecuencias. La encarnación nos afecta a todos.
Ese niño que nace es el Salvador y no es a niños a quienes los ángeles dicen: les traemos una gran noticia, que en la ciudad de Belén les ha nacido a ustedes un Salvador (Cfr. Lucas 2:10-11). Convertir la Navidad exclusivamente en una fiesta para niños, en una fiesta que sólo afecta a los niños, es quitarle toda su mordiente y fuerza a una fiesta que nació con un sentido muy distinto: los primeros llamados, los primeros que se acercan, son los pecadores y pobres: los pastores. Convertir la Navidad en una fiesta puramente infantil es volver a convertir al cristianismo en algo fundamentalmente sentimental, en una religión para mujeres y niños. Digo esto sin el más mínimo desprecio hacia la mujer o el niño; digo simplemente que así lo ha visto el machismo religioso. La Navidad tampoco es una fiesta “para los pobres”, por lo menos en el sentido de que los pobres no necesitan que se les haga justicia solamente en diciembre. Los pobres no necesitan comer sólo en diciembre, no sólo necesitan vestirse en diciembre, los hijos de los pobres no quieren jugar sólo en diciembre. Los ángeles cantan “Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor” pero mientras no haya justicia, y no basta que la haya en diciembre, puede ser que Dios tenga gloria en el cielo, pero no habrá paz para los hombres por mucho que Dios los ame. Los que cerraban en Belén la puerta a María y José creían que le cerraban la puerta a un hombre pobre y a una mujer pobre y se la cerraban a Dios. Eso es exactamente el sentido comprometedor de la encarnación: cada vez que le cerramos, no sólo en diciembre, la puerta a un hombre y a una mujer pobres se la cerramos a Dios y así lo reclama el juez en el juicio que sí es definitivo: porque tuve hambre y no me diste de comer, fui forastero y no me hospedaste. (Cfr. Mateo 25:31-46). La Navidad es una fiesta para todos, porque la redención es para todos, y la liberación es para todos. A los pobres, por ejemplo, la justicia debe llegarles no sólo en Navidad, sino todo el año. Ojalá cada uno de los latinoamericanos podamos escuchar, una vez más, que nos ha nacido, a nosotros, un Salvador, y que hay salvación y liberación para cada uno de nosotros.

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